En la actualidad, muchos padres buscan criar desde el amor, evitando repetir los modelos autoritarios o fríos de generaciones pasadas. Queremos que nuestros hijos se sientan valorados, seguros y felices. Sin embargo, en este intento, es común caer en un extremo opuesto: usar el elogio constante como principal herramienta educativa. Elogiar no es malo, pero hacerlo sin equilibrio puede tener consecuencias emocionales importantes en el desarrollo de los niños.
Desde la psicología del desarrollo, se sabe que los niños necesitan tanto **reconocimiento** como **orientación**. El elogio fortalece la autoestima cuando se basa en el esfuerzo y el progreso, no solo en el resultado. Pero cuando el niño solo recibe mensajes positivos —sin límites claros ni correcciones constructivas— puede desarrollar una autoimagen frágil, dependiente de la aprobación externa. En la adultez, esto se traduce en dificultad para aceptar la crítica, miedo a cometer errores y una constante necesidad de ser validado.
Aprender a manejar la crítica es una habilidad emocional clave. Los niños que crecen en entornos donde se les permite equivocarse y reflexionar sobre sus errores desarrollan una **autoestima más estable** y una **mayor resiliencia**. Entienden que fallar no los hace menos valiosos, sino que forma parte natural del proceso de aprender. Por el contrario, cuando se evita toda incomodidad y solo se resaltan los aciertos, el mensaje que reciben es que el amor y la aceptación dependen de “hacerlo bien”.
El equilibrio es la base de una crianza saludable. No se trata de eliminar los elogios, sino de **darles un propósito**. Un elogio bien dirigido refuerza el esfuerzo (“Trabajaste con mucha paciencia”) y no solo el resultado (“Eres el mejor”). Asimismo, la corrección debe hacerse desde la empatía, enfocándose en la conducta y no en la identidad del niño (“Esto que hiciste puede mejorar”, en lugar de “Siempre haces las cosas mal”). Así, el niño aprende que puede mejorar sin sentir vergüenza o miedo al rechazo.
Para aplicar este enfoque con más conciencia, vale la pena tener en cuenta algunos principios adicionales:
1. **Fomentar la autorreflexión desde pequeños.**
Enseñar a los niños a pensar en lo que hicieron bien y en lo que podrían mejorar los ayuda a desarrollar autocrítica sana. De esta forma, aprenden a autoevaluarse y a tomar responsabilidad por sus acciones, sin depender únicamente de la opinión de los demás.
2. **Modelar la recepción de la crítica.**
Los hijos aprenden observando. Cuando los padres aceptan con calma una observación o reconocen un error, están enseñando con el ejemplo que la crítica no destruye, sino que construye. Mostrar humildad y disposición al cambio es una lección poderosa que trasciende cualquier discurso.
3. **Validar las emociones ante la corrección.**
La frustración o la tristeza son reacciones naturales cuando alguien se equivoca. Acompañar esas emociones sin restarles importancia —por ejemplo, diciendo “sé que te molesta, pero todos aprendemos así”— ayuda a los niños a manejar la incomodidad sin sentirse avergonzados ni rechazados.
Cuando los padres equilibran el reconocimiento con la corrección, preparan a sus hijos para el mundo real, donde no siempre serán aplaudidos. Enseñan que las críticas pueden ser una oportunidad para crecer, no una amenaza. Y eso les permitirá enfrentar la vida con madurez, tolerancia y autoconfianza.
Educar no es solo celebrar los logros, sino también acompañar los tropiezos. La verdadera fortaleza emocional se construye cuando un niño entiende que puede ser amado incluso cuando se equivoca, y que los errores no lo definen. Por eso, más allá de elogiar, los padres debemos enseñar a reflexionar, corregir y avanzar. Criar en equilibrio no solo forma hijos seguros, sino adultos capaces de crecer, aprender y madurar emocionalmente.
Escrito por: Adalic E Rodriguez
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